lunes, 23 de junio de 2014

Literatura y fútbol (En revista electrónica "Libros en Red" 23/06/2014)

Ya estamos en plena fiebre mundialista, la que llega cada 4 años cuando el mayor certamen de fútbol opone, a lo largo de un mes y a lo ancho de un país, a las selecciones más habilidosas del planeta.

El fútbol, dicen los que saben, no es deporte cualquiera. Reúne en sí la gesta épica con la arbitrariedad del azar; el lucimiento de individualidades con el trabajo en equipo; la rivalidad incuestionada, la intensa comunión con desconocidos (al menos durante los 90 minutos en que juega nuestro equipo compartido) y la adhesión sin cuestionamientos, y casi sin razones lógicas, a los colores de un bando por sobre los de otros.

Tal vez sea todo esto lo que vuelve el fútbol tan buena materia literaria, como evidencian decenas de narraciones memorables en torno a este juego por parte de autores de lo más disímiles, como lo son los argentinos Alejandro Dolina, 
Osvaldo Soriano y Eduardo Sacheri, el inglés Nick Hornby, el uruguayo Eduardo Galeano, el mexicano Juan Villoro (con su Dios es redondo, por ejemplo) o el español Manuel Vázquez Montalbán (El delantero centro fue asesinado al amanecer).

Una buena explicación del hechizo que provoca del fútbol es la del español Javier Marías, quien decía que es "la recuperación semanal de la infancia". También, la definición del escritor argentino Rodolfo Braceli, en 
De fútbol somos: "El fútbol es una suma de poesía, ajedrez y misterio". 


Y, si no, contamos con la detallada enumeración de Roberto Fontanarrosa, presente en su antológico cuento "Viejo con árbol", donde sostiene que el fútbol está muy emparentado con el arte, porque posee la "danza" de los cuerpos, la "música" de los sonidos aparejados, la "teatralidad" de los gestos... y la pasión de las reacciones:

"—Mire usted nuestro arquero —efectivamente el viejo señaló a De León, que estudiaba el partido desde su arco, las manos en la cintura, todo un costado de la camiseta cubierto de tierra—. La continuidad de la nariz con la frente. La expansión pectoral. La curvatura de los muslos. La tensión en los dorsales —se quedó un momento en silencio, como para que el Soda apreciara aquello que él le mostraba—. Bueno... Eso, eso es la escultura... (...)

El contraste con el azul de Prusia de las camisetas rivales, el casi violeta cardenalicio que asume también ese azul por la transpiración, los vivos blancos como trazos alocados. Las manchas ágiles ocres, pardas y sepias y Siena de los mulos, vivaces, dignas de un Bacon. Entrecierre los ojos y aprécielo así... Bueno... Eso, eso es la pintura. 

—Observe, observe usted esa carrera intensa entre el delantero de ellos y el cuatro nuestro. El salto al unísono, el giro en el aire, la voltereta elástica, el braceo amplio en busca del equilibrio... Bueno... Eso, eso es la danza... 

—Y escuche usted, escuche usted... —lo acicateó el viejo (...)—... la percusión grave de la pelota cuando bota contra el piso, el chasquido de la suela de los botines sobre el césped, el fuelle quedo de la respiración agitada, el coro desparejo de los gritos, las órdenes, los alertas, los insultos de los muchachos y el pitazo agudo del referí... Bueno... Eso, eso es la música... 

—Y vea usted a ese delantero... (...) mesándose exageradamente los cabellos, distorsionando el rostro, bramando falsamente de dolor, reclamando histriónicamente justicia... Bueno... Eso, eso es el teatro.

(...) —¿Cobró penal? —abrió los ojos el viejo, incrédulo. Dio un paso al frente, metiéndose apenas en la cancha—. ¿Qué cobrás? —gritó después, desaforado—. ¿Qué cobrás, referí y la reputísima madre que te parió?

El Soda lo miró atónito. (...) —...¿Y eso? —se atrevió a preguntarle el Soda, señalándolo. —Y eso... —vaciló el viejo, tocándose levemente la gorra—...Eso es el fútbol". 

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